El Pentecostés | La Historia de la Redención


 Este capítulo está basado en Hechos 2.

Cuando Jesús abrió el entendimiento de los discípulos al significado de las profecías relativas a él mismo, les aseguró que toda potestad le había sido dada en los cielos y en la tierra, y les ordenó predicar el Evangelio a toda criatura. Estos, al renovarse repentinamente su antigua esperanza de que el Señor ocupara su lugar en el trono de David en Jerusalén, le preguntaron: “¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Hechos 1:6. El Salvador infundió incertidumbre en sus mentes con respecto a ese tema al replicarles que no les correspondía “saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad”. Hechos 1:7.

 

Con el poder del Pentecostés

 

Los discípulos comenzaron a alentar la esperanza de que el maravilloso descenso del Espíritu Santo podría influir sobre el pueblo judío para que aceptara a Jesús. El Salvador no tomó tiempo para darles más explicaciones porque sabía que cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos plenamente, sus mentes se iluminarían y comprenderían en todo sentido la obra que se desplegaría ante ellos, y la emprenderían justamente donde él la había dejado. {HR 251.1}

Se reunieron entonces en el aposento alto, para unirse en oración con las mujeres creyentes y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos. Estos, que habían sido incrédulos, estaban ahora plenamente arraigados en su fe gracias a las escenas que habían presenciado de la crucifixión, la resurrección y la ascensión del Señor. El número de los reunidos era de unos ciento veinte. {HR 252.1}

 

El derramamiento del Espíritu Santo

 

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos, y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. El Espíritu Santo, que apareció bajo la forma de lenguas de fuego partidas en su extremo, y que reposaron sobre los que allí se hallaban reunidos, eran un emblema del don que se les concedería de hablar con fluidez varios diferentes idiomas que antes desconocían. El hecho de que fueran de fuego simbolizaba el celo ferviente con el cual trabajarían y el poder que acompañaría a sus palabras. {HR 252.2}

Como resultado de esta iluminación celestial las Escrituras que Cristo les había explicado surgieron en sus mentes con el vívido lustre y la gracia de las verdades nítidas y poderosas. El velo que les había impedido ver el fin de lo que tenía que ser abolido desapareció entonces, y el objeto de la misión de Cristo y la naturaleza de su reino alcanzaron para ellos perfecta comprensión y claridad. {HR 252.3}

Los judíos habían sido diseminados por casi todos los países, y hablaban diversos idiomas. Habían venido desde lugares lejanos a Jerusalén, y temporalmente estaban morando allí para permanecer en ese lugar mientras duraran las festividades religiosas en curso y para observar sus requerimientos. Cuando se reunían, hablaban todas las lenguas conocidas. Esta diversidad de idiomas era un gran obstáculo para las labores de los siervos de Dios que querían publicar la doctrina de Cristo hasta los confines de la tierra. El hecho de que Dios quisiera suplir las deficiencias de los-apóstoles en forma milagrosa era para la gente la confirmación más perfecta del testimonio de esos testigos de Cristo. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que no podrían haber logrado en toda una vida; ahora podían diseminar la verdad del Evangelio hablando con perfección el idioma de aquellos en cuyo favor trabajaban. Este don milagroso era la más decisiva evidencia que podían presentar al mundo de que su comisión llevaba el sello del cielo. {HR 253.1}

“Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” {HR 253.2}

Los sacerdotes y dirigentes estaban sumamente indignados por esta maravillosa manifestación, cuya noticia se difundió por toda Jerusalén y su vecindario, pero no se atrevían a dar rienda suelta a su maldad por temor de exponerse al odio del pueblo. Habían dado muerte al Maestro, pero allí estaban sus servidores, gente ignorante de Galilea, que presentaba el maravilloso cumplimiento de las profecías y enseñaba la doctrina de Jesús en todos los idiomas que se hablaban en esa época. Hablaban con poder de las extraordinarias obras del Salvador y desplegaban ante sus oyentes el plan de salvación basado en la misericordia y el sacrificio del Hijo de Dios. Sus palabras convencían y convertían a miles de sus oyentes. Las tradiciones y las supersticiones inculcadas por los sacerdotes desaparecían de sus mentes, y aceptaban las puras enseñanzas de la Palabra de Dios. {HR 253.3}

 

El sermón de Pedro

 

Pedro les mostró que esta manifestación era el directo cumplimiento de la profecía de Joel, mediante la cual este profeta preanunció que este poder descendería sobre los hombres de Dios con el fin de prepararlos para realizar una tarea especial. {HR 254.1}

Pedro trazó el linaje de Cristo y lo vinculó directamente con la honorable casa de David. No empleó ninguna de las enseñanzas de Jesús para probar esta verdad, porque sabía que sus prejuicios eran muy grandes y por lo tanto no tendrían ningún efecto. Pero se refirió a David, a quien los judíos consideraban un venerable patriarca de su nación. Por eso dijo: {HR 254.2}

“Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aún mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu santo vea corrupción”. {HR 254.3}

Pedro demostró que aquí David no se estaba refiriendo a sí mismo, sino definidamente a Jesucristo. El rey murió de muerte natural como otros hombres; su sepulcro, con el venerable polvo que contenía, había sido cuidadosamente guardado hasta ese momento. David, como rey de Israel, y también como profeta, había sido especialmente honrado por Dios. Se le mostró en visión profética la vida y el ministerio futuros de Cristo. Vio su rechazamiento, su juicio, su crucifixión, su sepultura, su resurrección y su ascensión. {HR 254.4}

David dio testimonio de que el alma de Cristo no quedaría en el Hades (la tumba), y que su carne no vería corrupción. Pedro comprobó que esta profecía se cumplió en Jesús de Nazaret. Efectivamente Dios lo levantó de la tumba antes que su cuerpo viera corrupción. Era entonces el Exaltado en el cielo de los cielos. {HR 255.1}

En esa memorable ocasión mucha gente que hasta ese entonces se había reído de la idea de que una persona tan humilde como Jesús fuera el Hijo de Dios, se convenció cabalmente de la verdad y lo reconoció como su Salvador. Tres mil almas se añadieron a la iglesia. Los apóstoles hablaron impulsados por el Espíritu Santo; y sus palabras no podían ser contradichas porque las confirmaban extraordinarios milagros llevados a cabo gracias al derramiento del Espíritu de Dios. Los discípulos mismos se asombraron de los resultados de esta manifestación, y de la rapidez y la abundancia de la cosecha de almas. Todos se llenaron de asombro. Los que no quisieron abandonar sus prejuicios y su fanatismo se sintieron tan abrumados que no se atrevieron a oponerse a esa poderosa obra ni por palabras ni por actos de violencia, y por el momento su oposición cesó. {HR 255.2}

Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían sido capaces de eliminar los prejuicios de los judíos que se habían opuesto a muchísima evidencia. Pero el Espíritu Santo introdujo esos argumentos con poder divino en sus corazones. Eran como agudas flechas del Todopoderoso, que los convencieron de su terrible culpa al rechazar y crucificar al Señor de gloria. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. {HR 255.3}

Pedro recalcó ante la gente convencida el hecho de que habían rechazado a Cristo porque habían sido engañados por los sacerdotes y gobernantes; y si continuaban esperando su consejo, y aguardaban a que esos gobernantes reconocieran a Cristo antes de atreverse a hacerlo, nunca lo aceptarían. Esos hombres poderosos, aunque hicieran una profesión de santidad, eran ambiciosos y ansiaban las riquezas y la gloria terrenales. Nunca acudirían a Cristo para recibir luz. Jesús predijo que una terrible retribución recaería sobre esa gente por su obstinada incredulidad, a pesar de que se les dieron las más poderosas evidencias de que Jesús era el Hijo de Dios. {HR 256.1}

Desde ese momento en adelante el lenguaje de los discípulos fue puro, sencillo y exacto tanto en palabra como en acento, ya sea que se expresaran en su lengua nativa o en un idioma extranjero. Estos hombres humildes, que nunca habían estado en la escuela de los profetas, presentaban verdades tan elevadas y puras que asombraban a los que las escuchaban. No podían ir en persona hasta los últimos confines de la tierra; pero había hombres en la fiesta procedentes de todos los rincones del mundo, y las verdades recibidas por ellos fueron llevadas a sus diversos hogares y publicadas entre la gente, y ganaron almas para Cristo. {HR 256.2}

 

Una lección para nuestros días

 

Este testimonio con respecto a la fundación de la iglesia cristiana se nos da no solamente como una importante porción de la historia sagrada, sino también como lección. Todos los que profesan el nombre de Cristo deben estar esperando, aguardando y orando en unidad de corazón. Debieran abandonarse todas las diferencias, y la unidad y el tierno amor debieran llenarlo todo. Entonces nuestras oraciones ascenderían juntas a nuestro Padre celestial basadas en una fe fuerte y amorosa. Entonces podríamos aguardar con paciencia y esperanza el cumplimiento de la promesa. {HR 257.1}

La respuesta nos puede llegar con súbita velocidad y poder abrumador, o puede demorarse por días y semanas para probar nuestra fe. Pero Dios sabe cómo y cuándo contestar nuestras oraciones. Es nuestra parte de la obra ponernos en relación con el canal divino. Dios es responsable por su parte de la obra. Fiel es el que prometió. Lo grande e importante para nosotros consiste en ser de un solo corazón y mente, para poner a un lado toda envidia y malicia, y vigilar y aguardar como humildes suplicantes. Jesús, nuestro representante y cabeza, está listo para hacer en favor de nosotros lo que hizo por los que oraban y vigilaban en el día de Pentecostés. {HR 257.2}

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