El plan de salvación | La Historia de la Redención


 Capítulo 5—El plan de salvación

El cielo se llenó de pesar cuando todos se dieron cuenta de que el hombre estaba perdido y que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la enfermedad y la muerte, y que no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia de Adán debía morir. Contemplé al amante Jesús y percibí una expresión de simpatía y pesar en su rostro. Pronto lo vi aproximarse al extraordinario y brillante resplandor que rodea al Altísimo. Mi ángel acompañante dijo: “Está en íntima comunión con su Padre”. La ansiedad de los ángeles parecía ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con Dios. Tres veces lo encerró el glorioso resplandor que rodea al Padre, y cuando salió la tercera vez, se lo pudo ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con una bondad y una amabilidad que las palabras no pueden expresar.{HR 43.1}

Entonces informó a la hueste angélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que había suplicado a su Padre, y que había ofrecido su vida en rescate, para que la sentencia de muerte recayera sobre él, para que por su intermedio el hombre pudiera encontrar perdón; para que por los méritos de su sangre, y como resultado de su obediencia a la ley de Dios, el hombre pudiera gozar del favor del Señor, volver al hermoso jardín y comer del fruto del árbol de la vida. {HR 43.2}

En primera instancia los ángeles no se pudieron regocijar, porque su Comandante no les ocultó nada, sino por el contrario abrió frente a ellos el plan de salvación. Les dijo que se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la iniquidad y el escarnio, y que pocos lo recibirían como Hijo de Dios. Casi todos lo aborrecerían y lo rechazarían. Dejaría toda su gloria en el cielo, aparecería sobre la tierra como hombre, se humillaría como un hombre, llegaría a conocer por experiencia propia las diversas tentaciones que asediarían al hombre, para poder saber cómo socorrer a los que fueran tentados; y que finalmente, después de cumplir su misión de maestro, sería entregado en manos de los hombres, para soportar casi toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pudieran inspirar a los impíos; que moriría la más cruel de las muertes, colgado entre el cielo y la tierra, como un culpable pecador; que sufriría terribles horas de agonía, que los mismos ángeles no serían capaces de contemplar, pues velarían sus rostros para no verla. No sólo sufriría de agonía corporal, sino de una agonía mental con la cual la primera de ningún modo se podía comparar. El peso de los pecados de todo el mundo recaería sobre él. Les dijo que moriría y se levantaría de nuevo al tercer día, que ascendería a su Padre para interceder por el hombre extraviado y culpable.{HR 44.1}

 

La única vía posible de salvación

 

Los ángeles se postraron delante de él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que mediante la suya salvaría a muchos, y que la de un ángel no podía pagar esa deuda. Sólo su vida podía ser aceptada por su Padre como rescate en favor del hombre. Les dijo que desempeñarían un papel, que estarían con él en diferentes oportunidades para fortalecerlo; que tomaría la naturaleza caída del hombre, y que su fortaleza ni siquiera se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación y sus grandes sufrimientos; y que al verificarlos y ver el odio de los hombres, se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, y por amor a él querrían rescatarlo y librarlo de sus asesinos; pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que contemplaran; que desempeñarían una parte en ocasión de su resurrección; que el plan de salvación había sido trazado, y que su Padre lo aceptaba. {HR 44.2}

Con santa pesadumbre Jesús consoló y animó a los ángeles, y les informó que después de estas cosas los que él redimiera estarían con él, y que mediante su muerte rescataría a muchos y destruiría al que tenía el poder de la muerte. Que su Padre le daría el reino y su grandeza debajo de todos los cielos, y que lo poseería para siempre jamás. Satanás y los pecadores serían destruidos, y no perturbarían nunca más el cielo ni la nueva tierra purificada. Jesús encareció a la hueste celestial que aceptara el plan que su Padre había aceptado, y que se regocijaran en el hecho de que por medio de su muerte el hombre caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cielo.{HR 45.1}

Entonces éste se llenó de un gozo inefable. Y la hueste angélica entonó un himno de alabanza y adoración. Pulsaron sus arpas y entonaron una nota más elevada que nunca antes por la gran misericordia y la condescendencia de Dios al entregar a su muy Amado para que muriera por una raza de rebeldes. La alabanza y la adoración se derramaron por la abnegación y el sacrificio de Jesús; por el hecho de que consintiera en dejar el seno de su Padre y eligiera una vida de sufrimiento y angustia, para morir una muerte ignominiosa con el fin de dar vida a otros. {HR 45.2}

El ángel dijo: “¿Piensas tú que el Padre entregó a su amado Hijo sin conflicto alguno? No, no. El mismo Dios del cielo tuvo que luchar para decidir si dejaría perecer al hombre culpable o daría a su amado Hijo para que muriera por él”. Los ángeles estaban tan interesados por la salvación del hombre que se podía encontrar entre ellos a quienes hubieran estado dispuestos a abandonar la gloria y dar su vida por el hombre perdido. “Pero -dijo mi ángel acompañante-, de nada valdría. La transgresión es tan grande que la vida de un ángel no puede pagar la deuda. Nada fuera de la muerte y la intercesión de su Hijo podía pagar la deuda y salvar al hombre perdido del pesar y la miseria sin esperanzas”.{HR 46.1}

Pero a los ángeles se les asignó una tarea, es a saber, subir y bajar con el bálsamo fortalecedor procedente de la gloria, para suavizar los sufrimientos del Hijo de Dios y servirle. También tendrían la tarea de guardar y proteger a los súbditos de la gracia de los ángeles impíos y de las tinieblas que constantemente arrojaría contra ellos Satanás. Vi que era imposible que Dios alterara o cambiara su ley para salvar al hombre perdido y a punto de perecer; por eso permitió que su amado Hijo muriera por la transgresión del hombre.{HR 46.2}

Satanás se regocijó una vez más con sus ángeles de que hubiera podido derribar al Hijo de Dios de su exaltada posición al provocar la caída del hombre. Dijo a sus ángeles que cuando Jesús tomara la naturaleza del hombre caído, podría dominarlo e impedir que cumpliera el plan de salvación.{HR 46.3}

Se me mostró a Satanás como fue una vez, un ángel feliz y exaltado. Después lo vi como es ahora. Su aspecto sigue siendo principesco. Sus rasgos siguen siendo nobles, porque es un ángel caído. Pero la expresión de su rostro está llena de ansiedad, preocupación, infelicidad, malicia, odio, deseos de causar daño, engaño y toda clase de mal. Observé en forma especial esa frente que fue tan noble. A partir de sus ojos comienza a retroceder. Observé que por tanto tiempo se ha inclinado al mal que toda buena cualidad se ha rebajado y se ha desarrollado todo rasgo maligno. Sus ojos son astutos, irónicos y manifiestan profunda penetración. Su cuerpo es grande, pero su piel cuelga suelta de sus manos y su rostro. Cuando lo contemplé, su barbilla reposaba sobre su mano izquierda. Parecía que estaba entregado a una profunda meditación. Una sonrisa se dibujaba en su rostro, que me hizo temblar, pues estaba llena de maldad y de astucia satánica. Es la sonrisa que esboza justamente antes de apoderarse de su víctima, y cuando la entrampa en sus redes es cada vez más horrible.{HR 47.1}

Humildemente y con indecible pesar Adán y Eva abandonaron el hermoso jardín donde habían sido tan felices hasta que desobedecieron la orden de Dios. La atmósfera había cambiado. Ya no se mantenía invariable como antes de la transgresión. Dios los vistió con túnicas de pieles para cubrirlos de la sensación de frío y calor a la que estaban expuestos.{HR 47.2}

 

La inmutable ley de Dios

 

Todo el cielo se lamentó por la desobediencia y la caída de Adán y Eva, que habían acarreado la ira de Dios sobre toda la especie humana. Ya no podían tener comunión directa con Dios y se habían sumergido en la miseria y la desesperación. No se podía cambiar la ley de Dios para que se adaptara a la necesidad del hombre, porque de acuerdo con el plan de Dios ésta nunca debía perder su fuerza ni anular el más pequeño de sus requerimientos. {HR 47.3}

Los ángeles de Dios fueron comisionados para que visitaran a la pareja caída y le informaran que aunque no podían conservar su santa condición ni su hogar edénico por causa de la transgresión de la ley de Dios, su caso no era totalmente desesperado. Se les informó que el Hijo de Dios, que había conversado con ellos en el Edén, se había sentido impulsado por la piedad, en vista de su condición desesperada, y que se había ofrecido voluntariamente para soportar el castigo que les correspondía, y morir para que los seres humanos pudieran vivir por fe en la expiación que Cristo proponía hacer por ellos. Por medio de Jesús se había abierto una puerta de esperanza para que el hombre, a pesar de su gran pecado, no quedara bajo el dominio completo de Satanás. La fe en los méritos de Hijo de Dios elevaría de tal manera a éste que podría resistir las artimañas de Satanás. Se le concedería un tiempo de prueba durante el cual, por medio de una vida de arrepentimiento y fe en la expiación del Hijo de Dios, podría ser redimido de su trangresión a la ley del Padre y elevado así hasta un nivel donde sus esfuerzos por guardar la ley de Dios podrían ser aceptados.{HR 48.1}

Los ángeles les comunicaron el pesar que se experimentó en el cielo cuando se anunció que ellos habían transgredido la ley de Dios, lo que había inducido a Cristo a llevar a cabo el gran sacrificio de su propia vida preciosa.{HR 48.2}

Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de cuán exaltada y santa es la ley de Dios, cuya transgresión requería un sacrificio tan costoso para salvarlos de la ruina junto con su posteridad, rogaron que se les permitiera morir o que sus descendientes experimentaran el castigo de su transgresión, antes que el amado Hijo de Dios hiciera un sacrificio tan grande. La angustia de Adán iba en aumento. Se dio cuenta de que sus pecados eran de tal magnitud que implicaban terribles consecuencias. ¿Cómo podía ser posible que el tan honrado Comandante celestial, que había caminado y conversado con él cuando gozaba de santa inocencia, a quien los ángeles honraban y adoraban, fuera depuesto de su exaltada posición para morir por causa de su pecado? {HR 48.3}

Se informó a Adán que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. La ley de Jehová, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra, era tan sagrada como Dios mismo; y por esa razón el Señor no podía aceptar la vida de un ángel como sacrificio por su transgresión. Su ley es de más importancia a su vista que los santos ángeles que rodean su trono. El Padre no podía abolir ni modificar un solo precepto de su ley para adaptarla a la condición caída del ser humano. Pero el Hijo de Dios, que junto con el Padre había creado al hombre, podía ofrecer por éste una expiación que el Señor podía aceptar, mediante el don de su vida en sacrificio, para recibir sobre sí la ira de su Padre. Los ángeles informaron a Adán que así como su transgresión había acarreado muerte y ruina, la vida y la inmortalidad aparecerían como resultado del sacrificio de Cristo.{HR 49.1}

 

Una vislumbre de futuro

 

A Adán se le revelaron importantes acontecimientos del futuro, desde su expulsión del Edén hasta el diluvio y más allá, hasta la primera venida de Cristo a la tierra; su amor por Adán y su posteridad inducirían al Hijo de Dios a condescender al punto de tomar la naturaleza humana para elevar así, por medio de su propia humillación, a todos los que creyeran en él. Ese sacrificio sería de suficiente valor como para salvar a todo el mundo; pero sólo unos pocos aprovecharían la salvación ofrecida por medio de un sacrificio tan extraordinario. La mayor parte no cumpliría las condiciones requeridas para ser participantes de la gran salvación de Dios. Preferirían el pecado y la transgresión de la ley del Señor antes de arrepentirse y obedecer, para descansar por fe en los méritos y el sacrificio ofrecidos. Este sacrificio era de un valor tan inmenso, como para hacer más precioso que el oro fino, y que el oro de Ofir, al hombre que lo aceptara. {HR 49.2}

Se transportó a Adán a través de las generaciones sucesivas para que viera el aumento del crimen, la culpa y la contaminación, porque el hombre cedería a sus inclinaciones naturalmente fuertes a desobedecer la santa ley de Dios. Se le mostró que la maldición del Señor recaería cada vez con más fuerza sobre la raza humana, el ganado y la tierra, por causa de la permanente transgresión del hombre. Se le mostró también que la iniquidad y la violencia irían en aumento constante; sin embargo, en medio de toda la marea de la miseria y la desgracia humana siempre habría unos pocos que conservarían el conocimiento de Dios y que permanecerían incontaminados en medio de la prevaleciente degeneración moral. Adán debió comprender lo que era el pecado: la transgresión de la ley. Se le mostró que la especie cosecharía degeneración moral, mental y física como resultado de la transgresión, hasta que el mundo se llenara de toda clase de miseria humana.{HR 50.1}

Los días del hombre fueron acortados por causa de su propio pecado al desobedecer la justa ley de Dios. La especie se depreció tanto finalmente que causó la impresión de ser inferior y casi sin valor. Generalmente los hombres fueron incapaces de apreciar el misterio del Calvario y los grandes y sublimes hechos de la expiación y el plan de salvación, por causa de su sometimiento al ánimo carnal. Sin embargo, a pesar de su debilidad y de las debilitadas facultades mentales, morales y físicas de la especie humana, Cristo, fiel al propósito que lo indujo a salir del cielo, continúa manifestando interés en estos débiles, despreciados y degenerados ejemplares de la humanidad, y los invita a ocultar su debilidad y sus muchas deficiencias en él. Si están dispuestos a acudir a él, el Señor lo está para suplir todas sus necesidades.{HR 51.1}

 

Los sacrificios

 

Cuando Adán, de acuerdo con las indicaciones especiales de Dios, presentó una ofrenda por el pecado, fue para él una ceremonia sumamente penosa. Tuvo que levantar la mano para tomar una vida que sólo Dios podía dar, para presentar su ofrenda por el pecado. Por primera vez estuvo en presencia de la muerte. Al contemplar la víctima sangrante en medio de las contorsiones de su agonía, se lo indujo a observar por fe al Hijo de Dios, a quien esa víctima prefiguraba, y que moriría como sacrificio en favor del hombre.{HR 51.2}

Esta ceremonia, ordenada por Dios, debía ser un constante recordativo para Adán, como asimismo un reconocimiento penitencial de su pecado. Este acto de tomar una vida dio a Adán una impresión más profunda y perfecta de su transgresión, que para expiarla se requirió nada menos que la muerte del amado Hijo de Dios. Se maravilló de la infinita bondad y del incomparable amor puesto de manifiesto al dar semejante rescate para salvar al culpable. Cuando Adán daba muerte a la víctima inocente, le parecía que estaba derramando con su propia mano la sangre del Hijo de Dios. Se dio cuenta de que si hubiera permanecido fiel al Señor y leal a su santa ley, jamás habrían muerto ni hombres ni animales. No obstante los sacrificios, al señalar hacia la gran y perfecta ofrenda del amado Hijo de Dios, le permitían vislumbrar una estrella de esperanza que iluminaba las tinieblas de su terrible futuro, y le proporcionaban alivio en tu total desesperanza y ruina. {HR 51.3}

Al principio se consideró que el jefe de cada familia era dirigente y sacerdote de su propio conjunto familiar. Más tarde, cuando la especie se multiplicó sobre la tierra, algunos hombres señalados por Dios realizaron la solemne ceremonia de los sacrificios en favor del pueblo. La sangre de los animales debía relacionarse en la mente de los pecadores con la sangre del Hijo de Dios. La muerte de la víctima debía ser una evidencia para todos que el castigo del pecado es la muerte. Mediante el acto del sacrificio el pecador reconocía su culpa y manifestaba su fe, por cuyo intermedio preveía el inmenso y perfecto sacrificio del Hijo de Dios, prefigurado por las ofrendas de animales. Sin la expiación provista por el Hijo de Dios, no podría haber derramamiento de bendiciones o salvación por parte de Dios con respecto al hombre. El Señor es celoso del honor de su ley. Su transgresión produjo una espantosa separación entre el Padre y el hombre. A Adán en su inocencia se le concedió comunión directa, libre y gozosa con su Hacedor. Después de su transgresión Dios se comunicaría con él por medio de Cristo y los ángeles. {HR 52.1}

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