Cuando se levantan hombres que pretenden tener un mensaje de Dios, pero en lugar de luchar contra los principados y potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, se constituyen en un escuadrón traidor que vuelve sus armas de combate contra la iglesia militante, temedlos. No llevan las credenciales divinas. Dios no les ha encargado en absoluto una obra tal. Quieren derribar lo que Dios anhela restaurar por medio del mensaje a Laodicea. El hiere sólo para sanar, y no para destruir. El Señor no confía a ningún hombre un mensaje que desanime y desaliente a la iglesia. El reprueba, reprende, castiga; pero lo hace solamente para poder restaurar y aprobar al fin. ¡Cuánto se alegró mi corazón ante el informe de la Asociación General, de que muchos corazones fueron enternecidos y subyugados, de que muchos se humillaron e hicieron confesión eliminando de la puerta del corazón la basura que impedía la entrada del Salvador! ¡Cuánto me alegré al saber que muchos dieron la bienvenida a Jesús como a un huésped permanente! ¿Cómo es posible que estos panfletos que denuncian a la Iglesia Adventista como Babilonia hayan sido esparcidos por todas partes, en el momento mismo cuando la iglesia estaba recibiendo el derramamiento del Espíritu de Dios? ¿Cómo es posible que los hombres puedan estar tan engañados, como para imaginar que el fuerte clamor consiste en llamar a los hijos de Dios, a que abandonen la comunión de la iglesia que está gozando de un tiempo de refrigerio? ¡Oh, entren estas almas engañadas en la corriente, y reciban la bendición, y sean dotadas del poder de lo alto!—The Review and Herald, 17 de octubre de 1893.Reimpreso en Testimonios para los Ministros, 19-23{IR 24.1}

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