“A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro”. Salmos 28:1.{CT 153.1}
David era un hombre representativo. Su historia es de interés para cada alma que se esfuerce por ganar victorias eternas. En su vida luchaban dos poderes por lograr la supremacía. La incredulidad reunió sus fuerzas y trató de eclipsar la luz que brillaba sobre él desde el trono de Dios. Día tras día continuaba la batalla en su corazón. Satanás disputaba cada paso de avance que daban las fuerzas de la justicia. David comprendió lo que significaba luchar contra principados y potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo. A veces parecía que el enemigo iba a ganar la victoria; pero al fin vencía la fe, y David se regocijaba en el poder salvador de Jehová.{CT 153.2}
Todo seguidor de Cristo debe pasar por la lucha por la cual pasó David. Satanás ha descendido con gran poder sabiendo que su tiempo es corto. Se libra la lucha ante la vista plena del universo celestial, y hay ángeles que están listos para levantar un estandarte contra el enemigo, en favor de los acosados soldados de Cristo, y para poner en sus labios cantos de victoria y regocijo.—Manuscrito 38, 1905.{CT 153.3}
Un día de retribución vendrá sobre todas las naciones o individuos que violen la voluntad de Dios. Muchos ponen a un lado la sabiduría de Dios y prefieren la sabiduría de las personas del mundo adoptando de este modo inventos y dispositivos humanos. David puso la Palabra de Dios junto a él en su trono. Entonces fue inamovible. Pero al olvidar sus doctrinas mancilló su honor. Al apartarse de los hombres y mujeres inspirados y de quienes extienden la Palabra de Dios ante ellos orando para comprenderla, muchos se refugian en la mentira…{CT 153.4}
Nuestra religión debe estar dentro de la norma de la Biblia. No debiéramos ubicarnos en la posición donde se juzgue que es sabio recibir o rechazar las palabras de Dios según nos plazca. Ni por asomo debiera permitirse que se crea que el cristiano y el mundo comparten la misma mentalidad y juicios. Hay una línea que divide a Dios y la iglesia, por un lado, y al mundo, por otro. No hay unidad entre ambos. En uno se escoge el camino del Señor, el otro prefiere los de Satanás. Siempre será necesario contender por la fe que fue dada una vez a los santos… Las personas que son del mundo odian la Biblia porque no los deja pecar según les plazca y continuar adelante con los mismos rasgos de carácter que han cultivado y heredado. Desean que sus propias ideas sean tan atesoradas como las de Dios. Se oponen a la Palabra de Dios por la misma razón que los judíos exclamaron: “Fuera con Cristo”, pues él les había reprochado sus pecados y sacado a la luz todas sus iniquidades.—Carta 16, 1888.{CT 153.5}
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