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on 06/08/2015
El pecado de Moisés | La Historia de la Redención
La consegración de Israel se encontró otra vez en medio del desierto, en el mismo lugar donde Dios la probó poco después de su salida de Egipto. El Señor les hizo salir entonces agua de la roca, que continuó fluyendo precisamente hasta el momento cuando ellos llegaron de nuevo junto a ella, y el Señor ordenó que esa fuente viva dejara de fluir, para examinarlos una vez más a fin de ver si soportarían la prueba de su fe o si nuevamente se quejarían de él. {HR 168.1}
Cuando los hebreos se sintieron sedientos y no pudieron encontrar más agua, se impacientaron, y no recordaron el poder de Dios que les había sacado agua de la roca cerca de cuarenta años antes. En lugar de confiar en el Señor se quejaron de Moisés y Aarón y les dijeron: “¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!” Es decir, deseaban encontrarse entre los que fueron destruidos por la plaga que cayó como resultado de la rebelión de Coré, Datán y Abiram. {HR 168.2}
Clamaron de este modo en medio de su ira: “¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementeras, de higueras, de viñas y de granadas; ni aún de agua para beber. Y se fueron Moisés y Aarón delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne a la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás agua de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él mandó. {HR 168.3}
Moisés cede ante la impaciencia
“Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir agua de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”. {HR 169.1}
En esto Moisés pecó. Se cansó de las constantes quejas de la gente contra él y los mandamientos de Dios, tomó la vara, y en lugar de hablar a la roca como Dios había mandado, la golpeó dos veces diciendo: “¿Os hemos de hacer salir agua de esta peña?” En esto habló precipitadamente con sus labios. No dijo: “Dios les va a dar ahora una nueva evidencia de su poder al sacar agua de esta roca”. No adjudicó el poder y la gloria a Dios por el agua que salió de la peña, y por eso mismo no lo glorificó delante de la gente. Por causa de esta falla de Moisés, Dios no le permitió que condujera al pueblo a la tierra prometida. {HR 169.2}
La necesidad de la manifestación del poder de Dios invistió de gran solemnidad esa ocasión, y Moisés y Aarón debieran haberla aprovechado para causar una impresión favorable sobre el pueblo. Pero Moisés estaba excitado, impaciente y enojado con la gente, por causa de sus quejas, y dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Al expresarse de esa manera admitió virtualmente que la queja de Israel era correcta cuando le adjudicaban a él la salida del pueblo de Dios de Egipto. El Señor había perdonado a la gente transgresiones mayores que este error de Moisés, pero no podía considerar el pecado de un dirigente del pueblo como si fuera el de uno de sus dirigidos. No podía excusar el pecado de Moisés y permitirle entrar en la tierra prometida. {HR 170.1}
Jehová dio aquí a su pueblo una prueba irrefutable de que quien había producido esa maravillosa liberación y los había sacado de la esclavitud de Egipto era el Angel poderoso, y no Moisés, y que ese Angel era el que iba delante de ellos en todas sus peregrinaciones, y acerca del cual había dicho: “He aquí yo envío mi ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él”. Éxodo 23:20, 21. {HR 170.2}
Moisés se adjudicó la gloria que pertenecía a Dios, y obligó al Señor a hacer algo en este caso que convenciera para siempre al rebelde Israel que no era Moisés quien los había sacado de Egipto, sino Dios mismo. El Altísimo había encargado a Moisés la dirección de su pueblo, mientras el poderoso Angel iba delante de ellos en todas sus jornadas y los conducía en todas sus peregrinaciones. Puesto que estaban tan inclinados a olvidar que el Señor los conducía por medio de su Angel, y a acreditar al hombre lo que solamente podía llevar a cabo el poder de Dios, los había probado para ver si le obedecerían o no. Pero cada vez que los sometió a prueba fracasaron. En lugar de crecer y reconocer que el Señor les había señalado senderos con evidencias de su poder y con señales concluyentes de su cuidado y su amor, desconfiaron del Altísimo y adjudicaron a Moisés su salida de Egipto, acusándolo de ser la causa de todos sus desastres. Moisés había soportado su testarudez con notable paciencia. En una ocasión incluso amenazaron apedrearlo. {HR 170.3}
Un duro castigo
Jehová iba a borrar para siempre esta impresión de sus mentes al prohibir a Moisés que entrara en la tierra prometida. Dios había honrado mucho a Moisés. Le había revelado su inmensa gloria. Lo había puesto en sagrada proximidad con él en el monte, y había condescendido a conversar con él como un hombre que habla con su amigo. Había comunicado a Moisés, y por su intermedio al pueblo, su voluntad, sus estatutos y leyes. El hecho de que fuera exaltado y honrado por Dios de esa manera le dio a su error una enorme magnitud. Moisés se arrepintió de ese error y se humilló profundamente delante de Dios. Expuso ante todo Israel el pesar que sentía por su pecado. No podía ocultar las consecuencias de su falta, y por eso les dijo que por no dar gloria a Dios no podía conducirlos a la tierra prometida. Entonces les preguntó que si un error de su parte era tan grande que merecía semejante corrección por parte de Dios, cómo consideraría el Señor sus constantes quejas al acusarlo a él (a Moisés) de las inusuales sanciones del Señor por causa de sus pecados. {HR 171.1}
En este caso particular Moisés había permitido que el pueblo albergara la impresión de que él había sacado agua de la roca, cuando debiera haber dado gloria al nombre del Señor ante su pueblo. Dios iba a zanjar entonces el asunto con su pueblo manifestando que Moisés era solamente un hombre, que seguía la dirección de Alguien más poderoso que él, es a saber, el Hijo de Dios. En este sentido los iba a dejar sin duda alguna. Cuando se da mucho, se requiere mucho. Moisés había sido sumamente favorecido con visiones especiales de la majestad de Dios. Se le había impartido en suma abundancia la luz y la gloria del Señor. Su rostro había reflejado sobre el pueblo la gloria que el Altísimo había permitido que resplandeciera sobre él. Todos serán juzgados de acuerdo con los privilegios que hayan tenido, y la luz y los beneficios que hayan recibido. {HR 172.1}
Los pecados de hombres buenos, cuyo comportamiento general ha sido digno de imitación, resultan especialmente ofensivos para Dios. Permiten que Satanás triunfe, que perturbe a los ángeles de Dios con los fracasos de sus instrumentos elegidos, y da a los impíos ocasión de manifestar arrogancia delante de Dios. El Señor mismo había guiado a Moisés de una manera especial, y le había revelado su gloria como no lo había hecho con nadie sobre la tierra. Era naturalmente impaciente, pero se había aferrado firmemente de la gracia de Dios y había implorado con humildad sabiduría del cielo para ser fortalecido por el Señor y vencer así su impaciencia, al punto que Dios se refirió a él diciendo que era el hombre más manso que podría encontrarse sobre la faz de toda la tierra. {HR 172.2}
Aarón falleció en el monte Hor, porque el Señor había dicho que no entraría en la tierra prometida, porque como Moisés había pecado cuando salió agua de la roca en Meriba. Moisés y los hijos de Aarón lo sepultaron en el monte, para que la gente no cediera a la tentación de llevar a cabo una gran ceremonia en torno de su cuerpo, y cayera así en el pecado de la idolatría. {HR 173.1}
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