La conversión de Saulo | La Historia de la Redención


 Este capítulo está basado en Hechos 9:1-22.

La mente de Saulo fue sumamente conmovida por la muerte triunfante de Esteban. Sus prejuicios fueron sacudidos; pero las opiniones y los argumentos de los sacerdotes y gobernantes finalmente lo convencieron de que Esteban era blasfemo; que Jesucristo a quien él predicaba era un impostor y que los que desempeñaban oficios sagrados debían tener razón. Puesto que era un hombre de mente decidida y firmes propósitos, su oposición al cristianismo fue sumamente incisiva una vez que se convenció de que las opiniones de los sacerdotes y escribas eran correctas. Su celo lo indujo a dedicarse voluntariamente a perseguir a los creyentes. Logró que algunos santos fueran arrastrados ante los concilios, encarcelados o condenados a muerte sin ninguna evidencia de ofensa, salvo su fe en Jesús. De un carácter similar, aunque orientado en otra dirección, era el celo de Santiago y Juan cuando querían que descendiera fuego del cielo y consumiera a los que habían despreciado y se habían burlado de su Maestro. {HR 280.1}

Saulo estaba por hacer un viaje a Damasco para atender negocios particulares, pero estaba decidido también a cumplir un doble propósito al buscar, de paso, a los creyentes en Cristo. Con este fin consiguió cartas del sumo sacerdote para ser leídas en la sinagoga, mediante las cuales se lo autorizaba a prender a todos los que fueran sospechosos de creer en Jesús, para enviarlos por manos de mensajeros a Jerusalén donde serían juzgados y castigados. Se puso en camino lleno de la fortaleza y el vigor de la virilidad, e impulsado por el fuego de un celo equivocado. {HR 280.2}

Cuando los cansados viajeros se acercaban a Damasco, los ojos de Saulo descansaron con placer sobre la fértil tierra, los hermosos jardines, los huertos cargados de fruta y las frescas corrientes que avanzaban murmurando entre el verdor de los arbustos. Resultaba refrigerante contemplar tal escena después de un viaje largo y cansador en medio de un desolador desierto. Mientras Saulo con sus compañeros contemplaban todo llenos de admiración, de repente una luz más brillante que la del sol resplandeció en torno de ellos “y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. {HR 281.1}

 

La visión de Cristo

 

Todo quedó transformado en una tremenda confusión. Los compañeros de Saulo estaban presas del terror y casi enceguecidos por la intensidad de la luz. Oyeron la voz pero no vieron a nadie y lo que siguió les resultó ininteligible y misterioso. Pero Saulo, que yacía postrado en tierra, entendió las palabras pronunciadas y vio claramente delante de él al Hijo de Dios. Una mirada a ese glorioso ser bastó para imprimir su imagen para siempre en el alma del conmovido judío. Las palabras penetraron con fuerza arrolladora hasta su corazón. Un torrente de luz llenó las oscuras cámaras de su mente, revelándole su ignorancia y su error. Vio que mientras se imaginaba que era muy celoso en su servicio a Dios al perseguir a los seguidores de Cristo, en realidad había estado haciendo la obra de Satanás. {HR 281.2}

Vio su insensatez al depositar su fe en las seguridades dadas por los sacerdotes y gobernantes, cuyos cargos sagrados habían ejercido una gran influencia sobre su mente, y lo habían inducido a creer que la historia de la resurrección era un invento artero de los discípulos de Jesús. Ahora que Cristo se había manifestado a Saulo, el sermón de Esteban surgió con fuerza en su mente. Esas palabras que los sacerdotes habían calificado de blasfemia, ahora le parecieron la pura verdad. En ese momento, cuando se produjo esa maravillosa iluminación, su mente trabajó con notable rapidez. Al recapitular la historia profética vio que el rechazamiento de Jesús por parte de los judíos, su crucifixión, su resurrección y su ascensión, habían sido predichas por los profetas y constituían pruebas de que era el prometido Mesías. Recordó las palabras de Esteban: “Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:56), y se dio cuenta de que ese santo, en el momento de morir, había contemplado el reino de gloria. {HR 282.1}

¡Qué revelación era todo esto para el perseguidor de los creyentes! Una luz nítida y terrible había irrumpido en su alma. Cristo se le reveló como Aquel que había venido a la tierra para cumplir su misión, había sido rechazado, maltratado, condenado y crucificado por aquellos a quienes vino a salvar, y habiendo resucitado de entre los muertos había ascendido a los cielos. En ese terrible momento recordó que Esteban, el santo, había sido sacrificado con su consentimiento, y que por su intermedio muchos santos meritorios habían encontrado la muerte y habían sido objeto de cruel persecución. {HR 282.2}

“El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. En la mente de Saulo no había ahora la menor duda de que Quien le había hablado era el verdadero Jesús de Nazaret, y que ciertamente era el tan esperado Mesías, la consolación y el Redentor de Israel. {HR 283.1}

Cuando se disipó la resplandeciente gloria, y Saulo se levantó, se encontró totalmente privado de la vista. La brillantez de la gloria de Cristo había sido demasiado intensa para sus ojos mortales, y cuando desapareció, las tinieblas de la noche tomaron posesión de ellos. Creyó que esta ceguera era el castigo de Dios por su cruel persecución de los seguidores de Jesús. Avanzó a tientas en medio de una terrible oscuridad, y sus compañeros, atemorizados y asombrados, lo condujeron de la mano hasta Damasco. {HR 283.2}

 

En contacto con la iglesia

 

La respuesta a la pregunta de Saulo fue: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Jesús puso en contacto con su iglesia al perplejo judío, para que recibiera información acerca de su deber. Cristo llevó a cabo la obra de la revelación y la convicción; y ahora el penitente estaba en condiciones de aprender de aquellos a quienes Dios había ordenado que enseñaran su verdad. De ese modo Jesús sancionó la autoridad de su iglesia organizada, y puso a Saulo en contacto con sus representantes en la tierra. La luz de la iluminación celestial privó de vista a Saulo, pero Jesús, el gran Sanador, no se la restauró inmediatamente. Todas las bendiciones proceden de Cristo, pero él ha establecido ahora una iglesia que es su representante en la tierra, y a ella le corresponde la obra de conducir al pecador arrepentido por el camino de la vida. Los mismos hombres a quienes Saulo se había resuelto destruir, iban a ser sus instructores en la religión que había despreciado y perseguido. {HR 283.3}

La fe de Saulo fue tremendamente probada durante los tres días de ayuno y oración que pasó en la casa de Judas en Damasco. Estaba totalmente ciego, y completamente a oscuras en cuanto a lo que se esperaba de él. Se le había indicado que fuera a Damasco, donde se le diría qué debía hacer. En su incertidumbre y su angustia clamó fervientemente a Dios. “Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista”. {HR 284.1}

Ananías apenas podía dar crédito a las palabras del ángel mensajero, porque las noticias de la terrible persecución a que Saulo había sometido a los santos de Jerusalén se había diseminado por los lugares lejanos y distantes. Pretendió discutir y dijo: “Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aún aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre”. Pero la orden que se dio a Ananías era imperativa: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”.{HR 284.2}

El discípulo, obediente a la indicación del ángel, buscó al hombre que hasta poco tiempo antes había respirado amenazas contra todos los que creían en el nombre de Jesús. Se dirigió a él de este modo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado”. {HR 285.1}

Cristo nos da aquí un ejemplo de cómo obra para la salvación de los hombres. Podría haber hecho todo esto directamente en favor de Saulo; pero eso no estaba de acuerdo con su plan. Sus bendiciones debían impartirse por medio de los instrumentos ordenados por él. Saulo tenía algo que hacer con respecto a la confesión que debía presentar a aquellos cuya destrucción había planeado; y Dios quería que los hombres a quienes había autorizado para que obraran en su lugar, llevaran a cabo esa obra con responsabilidad. {HR 285.2}

Saulo se convirtió en un alumno de los discípulos. A la luz de la ley comprendió que era pecador. Vio que Jesús, a quien en su ignorancia había considerado impostor, era el Autor y el Fundamento de la religión del pueblo de Dios desde los días de Adán, y el Consumador de la fe que ahora iluminaba su visión con tanta claridad; vio además que era el vindicador de la verdad y el cumplimiento de las profecías. El había creído que Jesús anulaba la ley de Dios; pero cuando el dedo del Altísimo tocó su visión espiritual, se dio cuenta de que él era el originador de todo el sistema de sacrificios de los judíos; que había venido al mundo con el expreso propósito de vindicar la ley de su Padre; y que con su muerte los símbolos de la ley se habían encontrado con la realidad. A la luz de la ley moral, que él creía guardar celosamente, Saulo se vio como pecador de pecadores. {HR 285.3}

 

De perseguidor a apóstol

 

Pablo fue bautizado por Ananías en el río que pasa cerca de Damasco. Se fortaleció mediante el alimento e inmediatamente comenzó a predicar a Jesús a los creyentes de la ciudad, a los mismos para cuya destrucción había salido de Jerusalén. También enseñó en las sinagogas que el Jesús que había sido enviado a la muerte era ciertamente el Hijo de Dios. Sus argumentos, basados en las profecías, eran tan concluyentes, y sus esfuerzos contaban de tal modo con el poder de Dios, que los judíos opositores se confundieron y no pudieron responderle. La educación rabínica y farisea de Pablo debía ser empleada entonces en beneficio de la predicación del Evangelio, y para sostener la causa que antes se había esforzado en destruir. {HR 286.1}

Los judíos quedaron totalmente sorprendidos y confundidos ante la conversión de Pablo. Estaban perfectamente al tanto del puesto que ocupaba en Jerusalén, y sabían cuál era el principal motivo de su viaje a Damasco, y que había sido comisionado por el sumo sacerdote que lo había autorizado para prender a los creyentes en Jesús con el fin de enviarlos detenidos a Jerusalén; no obstante, ahora lo veían predicando el Evangelio de Cristo, fortaleciendo a los que ya eran sus discípulos y ganando constantemente nuevos conversos a la fe que una vez había tenido que sufrir su fiera oposición. Pablo demostró a todos los que lo escuchaban que su cambio de fe no era el fruto del impulso ni del fanatismo, sino que se basaba en evidencias incontestables. {HR 286.2}

Mientras trabajaba en las sinagogas su fe se fortaleció; su celo en sostener que Jesús era el Hijo de Dios aumentó frente a la fiera oposición de los judíos. No podía permanecer por más tiempo en Damasco, porque después que estos se recuperaron de la sorpresa que les produjeron su maravillosa conversión y sus labores subsiguientes, se apartaron resueltamente de las aplastantes evidencias que les presentaba en favor de la doctrina de Cristo. Su asombro frente a la conversión de Pablo se transformó en un intenso odio semejante al que habían manifestado contra Jesús. {HR 287.1}

 

Preparación para el servicio

 

La vida de Pablo estaba en peligro, y recibió una comunicación en el sentido de salir de Damasco por un tiempo. Se fue a Arabia; y allí, en medio de una relativa soledad, tuvo amplia oportunidad de ponerse en comunión con Dios y de dedicarse a la contemplación. Quería estar solo con el Señor para escudriñar su propio corazón, profundizar su arrepentimiento y prepararse mediante la oración y el estudio para dedicarse a esa tarea que le parecía demasiado grande y demasiado importante para que él la llevara a cabo. Era un apóstol no elegido por los hombres, sino por Dios, y su obra, claramente establecida, consistía en trabajar en favor de los gentiles. {HR 287.2}

Mientras estuvo en Arabia no se puso en comunicación con los apóstoles; buscó a Dios fervorosamente con todo su corazón, decidido a no descansar hasta tener la certidumbre de que su arrepentimiento había sido aceptado y que había sido perdonado su enorme pecado. No iba a abandonar el conflicto hasta tener la seguridad de que Jesús estaría con él en su futuro ministerio. Siempre había de llevar en su cuerpo las señales de la gloria de Cristo, en sus ojos, que fueron enceguecidos por la luz celestial, y deseaba llevar con él constantemente la seguridad de la gracia sostenedora del Señor. Pablo se puso en íntima relación con el cielo, y Jesús comulgó con él, lo afirmó en la fe, y le concedió su sabiduría y su gracia. {HR 287.3}

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