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on 13/03/2014
El glorioso templo del cielo | Cristo en su Santuario
El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario”. Daniel 8:14, VM. Estas palabras habían sido familiares para todos los que creían en la pronta venida del Señor. La profecía que encerraban era repetida como santo y seña de su fe por miles de bocas. Todos sentían que sus esperanzas más queridas y sus expectativas más brillantes dependían de los eventos en ella predichos. Había quedado demostrado que esos días proféticos terminaban en el otoño del año 1844. En común con el resto del mundo cristiano, los adventistas creían entonces que la Tierra, o alguna parte de ella, era el Santuario. Entendían que la purificación del Santuario era la purificación de la Tierra por medio del fuego del último gran día, y que ello se verificaría en la segunda venida. De ahí que concluyeran que Cristo volvería a la Tierra en 1844.{CES 86.1}
Pero el tiempo señalado había pasado y el Señor no había aparecido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía estar errada; pero ¿dónde estaba el error? Muchos cortaron apresuradamente el nudo de la dificultad con negar que los 2.300 días terminasen en 1844. Ningún argumento se podía ofrecer para eso, excepto que Cristo no había venido en el momento en que se lo esperaba. Alegaban que si los días proféticos habían terminado en 1844, entonces Cristo habría vuelto para limpiar el Santuario mediante la purificación de la Tierra por medio del fuego; y que como no había venido, los días no podían haber terminado. {CES 86.2}
Exactitud de los períodos proféticos
Aceptar esta conclusión equivalía a renunciar a los cómputos anteriores de los períodos proféticos. Se había comprobado que los 2.300 días comenzaron cuando entró en vigor el decreto de Artajerjes ordenando la restauración y edificación de Jerusalén, en el otoño del 457 a.C. Tomando esto como punto de partida, había perfecta armonía en la aplicación de todos los eventos predichos en la explicación de ese período en. Daniel 9:25-27. Sesenta y nueve semanas, los primeros 483 años de los 2.300 años, debían llegar hasta el Mesías, el Ungido; y el bautismo de Cristo y su unción por el Espíritu Santo, en el 27 d.C., cumplieron exactamente la predicción. En medio de la septuagésima semana debía morir el Mesías. Tres años y medio después de su bautismo, Cristo fue crucificado en la primavera del 31 d.C. Las 70 semanas, o 490 años, les pertenecían especialmente a los judíos. Al fin de ese período la nación selló su rechazo de Cristo con la persecución de sus discípulos, y los apóstoles se volvieron hacia los gentiles en el 34 d.C. Entonces, al haber terminado los primeros 490 años de los 2.300, aún quedaban 1.810 años. Contando desde el 34 d.C., 1.810 años llegan hasta 1844. El ángel había dicho: “Entonces será purificado el santuario”. Todas las especificaciones precedentes de la profecía se habían cumplido incuestionablemente en el tiempo señalado. {CES 86.3}
En ese cálculo, todo era claro y armonioso, menos la circunstancia de que en 1844 no se veía evento alguno que correspondiese a la purificación del Santuario. Negar que los días terminaban en esa fecha equivalía a confundir todo el asunto y a abandonar posiciones que habían sido establecidas por medio de los cumplimientos inequívocos de las profecías. {CES 87.1}
Pero Dios había dirigido a su pueblo en el gran movimiento adventista; su poder y su gloria habían acompañado la obra, y él no permitiría que ésta terminase en la oscuridad y el chasco, para que se la cubriese de oprobio como si fuese una mera excitación falsa y fanática. No iba a dejar su Palabra envuelta en dudas e incertidumbres. Aunque muchos abandonaron sus primeros cálculos de los períodos proféticos, y negaron la exactitud del movimiento basado en ellos, otros no estaban dispuestos a negar puntos de fe y de experiencia que estaban sostenidos por las Escrituras y por el testimonio del Espíritu de Dios. Creían haber adoptado sanos principios de interpretación en sus estudios de las profecías, y que era su deber atenerse firmemente a las verdades ya adquiridas y seguir en el mismo camino de la investigación bíblica. Orando con fervor, volvieron a considerar su situación y estudiaron las Escrituras para descubrir su error. Como no encontraran ninguno en sus cálculos de los períodos proféticos, fueron inducidos a examinar más de cerca el tema del Santuario. {CES 87.2}
El santuario del pacto antiguo
En sus investigaciones aprendieron que en las Escrituras no hay evidencia alguna en apoyo de la creencia general de que la Tierra es el Santuario; pero en la Biblia encontraron una explicación completa del tema del Santuario, su naturaleza, su ubicación y sus servicios; pues el testimonio de los escritores sagrados era tan claro y amplio que colocaba ese asunto más allá de toda duda. El apóstol Pablo dice en su Epístola a los Hebreos: “El primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio”. Hebreos 9:1-5. {CES 88.1}
El Santuario al cual se refiere aquí Pablo era el tabernáculo construído por Moisés a una orden de Dios como morada terrenal del Altísimo. “Me harán un santuario, para que yo habite en medio de ellos” (Éxodo 25:8, VM), había sido la orden dada a Moisés mientras estaba en el monte con Dios. Los israelitas estaban peregrinando por el desierto, y el tabernáculo se construyó de manera que pudiese ser llevado de un lugar a otro; no obstante era una estructura de gran magnificencia…{CES 88.2}
Después que los israelitas se hubieron establecido en Canaán, el tabernáculo fue reemplazado por el templo de Salomón, el cual, aunque era un edificio fijo y de mayores dimensiones, conservaba las mismas proporciones y similar moblaje. El Santuario subsistió así -excepto durante el plazo en que permaneció en ruinas en tiempos de Daniel- hasta su destrucción por parte de los romanos en el año 70 d.C. {CES 88.3}
Tal fue el único Santuario que haya existido en la Tierra y del cual la Biblia nos dé alguna información. Pablo dijo de él que era el Santuario del primer pacto. Pero, ¿no tiene Santuario el pacto nuevo? {CES 89.1}
El santuario del nuevo pacto en el cielo
Al volver al libro de Hebreos, los que buscaban la verdad encontraron que existía un segundo Santuario, o sea el del nuevo pacto, al cual se alude en las palabras ya citadas de Pablo: “En verdad el primer pacto también tenía reglamentos del culto, y su santuario que lo era de este mundo” (VM). El uso de la palabra también implica que Pablo ha hecho antes mención de este Santuario. Yendo al principio del capítulo anterior se lee: “Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre”. Hebreos 9:1; 8:1, 2, BJ. {CES 89.2}
Aquí tenemos revelado el Santuario del nuevo pacto. El Santuario del primer pacto fue armado por el hombre, construído por Moisés; éste segundo está armado por el Señor, no por el hombre. En aquel Santuario los sacerdotes terrenales desempeñaban el servicio; en éste es Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien ministra a la diestra de Dios. Un Santuario estaba en la Tierra, el otro está en el cielo. {CES 89.3}
Además, el tabernáculo construído por Moisés fue hecho según un modelo. El Señor le indicó: “Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis”. Y además le encargó: “Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte”. Éxodo 25:9, 40. Y Pablo dice que el primer tabernáculo “era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y sacrificios”; que sus santos lugares eran “copias de las realidades celestiales”; que los sacerdotes que presentaban las ofrendas según la ley ministraban en el que era “copia y sombra del que está en el cielo”, y que “Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro”. Hebreos 9:9 [RVA]; 23; 8:5;9:24, NVI. {CES 89.4}
Las glorias del santuario terrenal y del templo celestial
El Santuario celestial, en el cual Jesús ministra en favor de nosotros, es el gran original, del cual el Santuario construído por Moisés era una copia… {CES 90.1}
El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la gloria de ese templo celestial donde Cristo nuestro precursor ministra a favor de nosotros ante el trono de Dios. La morada del Rey de reyes, donde miles y miles ministran delante de él, y millones de millones están en su presencia (Daniel 7:10); ese templo, lleno con la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus radiantes guardianes, cubren sus rostros en adoración, sólo podía encontrar en la más grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas un pálido reflejo de su inmensidad y gloria. Con todo, el Santuario terrenal y sus servicios enseñaban importantes verdades relativas al Santuario celestial y a la gran obra que allí se llevaba a cabo para la redención del hombre. {CES 90.2}
Los lugares santos del Santuario celestial están representados por los dos departamentos del Santuario terrenal. Cuando en una visión le fue dado al apóstol Juan que viese el templo de Dios en el cielo, contempló allí “siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono”. Vio un ángel que tenía “en su mano un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso, para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos, encima del altar de oro que estaba delante del trono”. Se le permitió al profeta contemplar el primer departamento del Santuario en el cielo; y vio allí las “siete lámparas de fuego” y el “altar de oro” representados por el candelabro de oro y el altar de incienso en el Santuario terrenal. De nuevo “fue abierto el templo de Dios” (Apocalipsis 4:5; 8:3, VM; 11:19, VM), y miró hacia adentro del velo interior, el Lugar Santísimo. Allí vio “el arca de su pacto”, representada por el cofre sagrado construído por Moisés para contener la ley de Dios. {CES 90.3}
Así fue como los que estaban estudiando el tema encontraron pruebas irrefutables de la existencia de un Santuario en el cielo. Moisés hizo el Santuario terrenal según un modelo que se le mostró. Pablo enseña que ese modelo era el verdadero Santuario que está en el cielo. Y Juan testifica que lo vio en el cielo. {CES 91.1}
El ministerio de Cristo en el santuario celestial
En el templo celestial, la morada de Dios, su trono está asentado en justicia y juicio. En el Lugar Santísimo está su ley, la gran regla de justicia por la cual es probada toda la humanidad. El arca, que guarda las tablas de la ley, está cubierta con el propiciatorio, ante el cual Cristo ofrece su sangre en beneficio del pecador. Así se representa la unión de la justicia y la misericordia en el plan de la redención humana. Sólo la sabiduría infinita podía idear dicha unión y sólo el poder infinito podía realizarla; es una unión que llena todo el cielo de admiración y adoración. Los querubines del Santuario terrenal, que miraban reverentemente hacia el propiciatorio, representaban el interés con el cual las huestes celestiales contemplan la obra de la redención. Es el misterio de la misericordia que los ángeles desean contemplar: que Dios puede ser justo al mismo tiempo que justifica al pecador arrepentido y restaura su relación con la raza caída; que Cristo pudo humillarse para sacar a innumerables multitudes del abismo de la perdición y vestirlas con las vestiduras inmaculadas de su propia justicia, con el fin de unirlas con ángeles que no cayeron jamás y así habiten para siempre en la presencia de Dios. {CES 91.2}
La obra de Cristo como mediador del hombre se presenta en esa hermosa profecía de Zacarías relativa a Aquel “cuyo nombre es El Vástago”. El profeta dice: “Sí, edificará el Templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y se sentará y reinará sobre su [el del Padre] trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el consejo de la paz estará entre los dos”. Zacarías 6:12, 13, VM. {CES 91.3}
“Edificará el Templo de Jehová”. Cristo, por medio de su sacrificio y mediación, es tanto el fundamento como el constructor de la iglesia de Dios. El apóstol Pablo lo señala como “la piedra angular. En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu”. Efesios 2:20-22, NVI. {CES 91.4}
“Llevará sobre sí la gloria”. A Cristo pertenece la gloria de la redención de la raza caída. Por toda la eternidad, el canto de los redimidos será: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 1:5, 6. {CES 92.1}
“Se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono”. No todavía sobre “su trono de gloria”; el reino de gloria no le ha sido anunciado aún. Solo cuando su obra mediadora haya terminado, “el Señor Dios le dará el trono de David su padre”, un reino del que “no tendrá fin”. Mateo 25:31; Lucas 1:32, 33. Como sacerdote, Cristo está sentado ahora con el Padre en su trono. Apocalipsis 3:21. En el trono, en compañía del Dios eterno que existe por sí mismo, está el Ser que “cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores”, quien fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado”, para poder “socorrer a los que son tentados”. “Si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo”. Isaías 53:4; Hebreos 4:15; 2:18, NVI; 1 Juan 2:1, VM. Su intercesión es la de un cuerpo traspasado y quebrantado y de una vida inmaculada. Las manos heridas, el costado abierto, los pies desgarrados, abogan en favor del hombre caído, cuya redención fue comprada a tan infinito precio. {CES 92.2}
“Y el consejo de la paz estará entre los dos”. El amor del Padre, no menos que el del Hijo, es la fuente de salvación para la raza perdida. Jesús dijo a sus discípulos antes de irse: “No os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama”. Juan 16:26, 27. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. 2 Corintios 5:19. Y en el ministerio del Santuario celestial, “el consejo de la paz estará entre los dos”. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3:16, NVI. {CES 92.3}
El santuario de Daniel 8:14
Las Escrituras responden con claridad a la pregunta: ¿Qué es el Santuario? La palabra “santuario”, tal cual la usa la Biblia, se refiere, en primer lugar, al tabernáculo que construyó Moisés, como una copia de las cosas celestiales; y, en segundo lugar, al “verdadero tabernáculo” en el cielo, hacia el cual señalaba el Santuario terrenal. Muerto Cristo, terminó el ritual típico. El “verdadero tabernáculo” en el cielo es el Santuario del nuevo pacto. Y como la profecía de (Daniel 8:14) se cumple en esta dispensación, el Santuario al cual se refiere debe ser el Santuario del nuevo pacto. Cuando terminaron los 2.300 días, en 1844, hacía muchos siglos que no había Santuario en la Tierra. De manera que la profecía: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario”, se refiere indudablemente al Santuario que está en el cielo. {CES 92.4}
Pero aún queda la pregunta más importante por contestar: ¿Qué es la purificación del Santuario? En el Antiguo Testamento se hace mención de un servicio tal con referencia al Santuario terrenal. ¿Pero puede haber algo que purificar en el cielo? En (Hebreos 9) se enseña claramente la purificación de ambos santuarios, el terrenal y el celestial. “Casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Así que era necesario que las copias de las realidades celestiales fueran purificadas con esos sacrificios, pero que las realidades mismas lo fueran con sacrificios superiores que aquéllos” (Hebreos 9:22 [RVR], Hebreos 9:23 [NVI]), a saber, la preciosa sangre de Cristo. {CES 93.1}
Lecciones prácticas obtenidas de los tipos
En ambos servicios, el típico y el real, la purificación debe efectuarse con sangre; en aquél con sangre de animales; en éste, con la sangre de Cristo. Pablo dice que la razón por la cual esta purificación debe hacerse con sangre es porque sin derramamiento de sangre no hay remisión. La obra que se debe realizar es la remisión, o sea, el acto de quitar los pecados. Pero ¿cómo podía haber pecado relacionado con el Santuario del cielo o con el de la Tierra? Puede aprenderse esto al estudiar el servicio simbólico, pues los sacerdotes que oficiaban en la Tierra servían en una “copia y sombra del que está en el cielo”. Hebreos 8:5, NVI. {CES 93.2}
El servicio del Santuario terrenal consistía en dos partes; los sacerdotes ministraban diariamente en el Lugar Santo, y una vez al año el sumo sacerdote efectuaba un servicio especial de expiación en el Lugar Santísimo para purificar el Santuario. Día tras día el pecador arrepentido llevaba su ofrenda a la puerta del tabernáculo y, poniendo la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados, transfiriéndolos así figurativamente de sí mismo a la víctima inocente. Luego se mataba el animal. “Sin derramamiento de sangre”, dice el apóstol, no hay remisión de pecados. “La vida de la carne está en la sangre”.Levítico 17:11, BJ. La ley de Dios quebrantada exigía la vida del transgresor. La sangre, que representaba la vida perdida del pecador, cuya culpa cargaba la víctima, la llevaba el sacerdote al Lugar Santo y la salpicaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había transgredido. Mediante esta ceremonia el pecado era transferido figurativamente, a través de la sangre, al Santuario. En ciertos casos, la sangre no era llevada al Lugar Santo; pero entonces el sacerdote debía comer la carne, como Moisés lo había indicado a los hijos de Aarón al decir: “La dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación”. Levítico 10:17. Ambas ceremonias simbolizaban por igual la transferencia del pecado del penitente al Santuario. {CES 93.3}
Tal era la obra que se llevaba a cabo día tras día durante todo el año. Los pecados de Israel eran transferidos así al Santuario, y se hacía necesario un servicio especial para eliminarlos. Dios mandó que se hiciera una expiación por cada uno de los departamentos sagrados. “Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas”. También debía hacerse una expiación por el altar: “Lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”. Levítico 16:16, 19. {CES 94.1}
Una vez al año, en el gran Día de la Expiación, el sacerdote entraba en el Lugar Santísimo para purificar el Santuario. El servicio que se realizaba allí completaba la serie anual de los servicios. En el Día de la Expiación se llevaban dos machos cabríos a la entrada del tabernáculo y se echaban suertes sobre ellos, “una suerte por Jehová y otra suerte por Azazel” (16:8). El macho cabrío sobre el cual caía la suerte para Jehová debía ser inmolado como ofrenda por el pecado del pueblo. Y el sacerdote debía llevar velo adentro la sangre de aquél y rociarla sobre el propiciatorio y delante de él. También había que rociar con ella el altar del incienso que se encontraba delante del velo. {CES 94.2}
“Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para eso. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada” (16:21, 22). El macho cabrío emisario no volvía más al campamento de Israel, y el hombre que lo había llevado afuera debía lavarse y lavar sus vestimentas con agua antes de volver al campamento. {CES 95.1}
Toda la ceremonia estaba destinada a grabar en los israelitas la santidad de Dios y su odio al pecado; y, además, hacerles ver que no podían ponerse en contacto con el pecado sin contaminarse. Se requería que todos afligiesen sus almas mientras se celebraba esa obra de expiación. Se debía dejar de lado toda ocupación, y toda la congregación de Israel debía pasar el día en solemne humillación ante Dios, con oración, ayuno y profundo escudriñamiento del corazón. {CES 95.2}
El servicio típico enseña verdades importantes acerca de la expiación. En lugar del pecador se aceptaba un sustituto; pero la sangre de la víctima no borraba el pecado. Sólo era un medio previsto para transferirlo al Santuario. Por medio de la ofrenda de sangre el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba su culpa en la transgresión y expresaba su deseo de ser perdonado mediante la fe en un Redentor por venir; pero aún no estaba totalmente libre de la condenación de la ley. En el Día de la Expiación el sumo sacerdote, luego de haber hecho un sacrificio por la congregación, iba al Lugar Santísimo con la sangre de dicha ofrenda y rociaba con ella el propiciatorio, directamente sobre la ley, para hacer satisfacción por sus exigencias. Después, en calidad de mediador, tomaba los pecados sobre sí y los llevaba fuera del Santuario. Luego ponía sus manos sobre la cabeza del segundo macho cabrío, confesaba sobre él todos esos pecados y así los transfería figurativamente de él al macho cabrío emisario. Luego el macho cabrío emisario los llevaba lejos, y se los consideraba como quitados para siempre del pueblo. {CES 95.3}
Tipos de las realidades celestiales
Tal era el servicio realizado en la “copia y sombra del que está en el cielo”. Y lo que se hacía típicamente en la ministración del Santuario terrenal se hace en realidad en la ministración del Santuario celestial. Después de su ascensión, nuestro Salvador empezó su obra como nuestro Sumo Sacerdote. Pablo dice: “No entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios”. Hebreos 9:24. {CES 96.1}
La ministración del sacerdote durante el año en el primer departamento del Santuario, “dentro del velo” que formaba la puerta y separaba el Lugar Santo del atrio exterior, representa la obra de ministración que inició Cristo al ascender. La obra del sacerdote en el servicio diario consistía en presentar ante Dios la sangre de la ofrenda por el pecado y también el incienso que subía con las oraciones de Israel. Así es como Cristo ofrece su sangre ante el Padre en beneficio de los pecadores, y así es como presenta ante él, además, junto con el precioso perfume de su propia justicia, las oraciones de los creyentes arrepentidos. Tal era la obra desempeñada en el primer departamento del Santuario en el cielo. {CES 96.2}
Hasta allí la fe de los discípulos de Cristo lo siguieron cuando ascendió de la vista de ellos. Pablo nos dice que allí se centraba sus esperanzas, y que nosotros “tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del Santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre”. “Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna”. Hebreos 6:19, 20, NVI; 9:12, BJ. {CES 96.3}
La purificación del santuario celestial
Este ministerio siguió efectuándose durante 18 siglos en el primer departamento del Santuario. La sangre de Cristo, ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les aseguraba el perdón y la aceptación del Padre, pero no obstante sus pecados permanecían inscritos en los libros de registro. Como en el servicio típico había una obra de expiación al fin del año, así también, antes que la obra de Cristo para la redención de los hombres se complete, queda por hacer una obra de expiación para remover el pecado del Santuario. Este es el servicio que comenzó cuando terminaron los 2.300 días. Entonces, así como lo había predicho Daniel el profeta, nuestro Sumo Sacerdote entró en el Lugar Santísimo para cumplir la última parte de su obra solemne: la purificación del Santuario. {CES 96.4}
Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre la ofrenda por el pecado, y por su sangre se transferían figurativamente al Santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo y transferidos, de hecho, al Santuario celestial. Y así como la purificación típica de lo terrenal se efectuaba por medio de la remoción de los pecados con los cuales había sido contaminado, así también la purificación real de lo celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el cielo. Pero antes que esto pueda realizarse deben examinarse los libros de registros para determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación hecha por él. Por tanto, la purificación del Santuario implica una obra de investigación, una obra de juicio. Esta obra debe realizarse antes que venga Cristo para redimir a su pueblo, pues cuando venga su recompensa estará con él para otorgarla a cada ser humano según haya sido su obra. Apocalipsis 22:12. {CES 97.1}
Así que los que andaban en la luz de la palabra profética vieron que en lugar de venir a la Tierra al fin de los 2.300 días, en 1844, Cristo entró entonces en el Lugar Santísimo del Santuario celestial para cumplir la obra final de expiación preparatoria para su venida. {CES 97.2}
Se vio además que, mientras la ofrenda por el pecado señalaba a Cristo como sacrificio, y el sumo sacerdote representaba a Cristo como mediador, el macho cabrío simbolizaba a Satanás, autor del pecado, sobre quien serán colocados finalmente los pecados de los verdaderamente arrepentidos. Cuando el sumo sacerdote, en virtud de la sangre de la ofrenda por el pecado, quitaba los pecados del Santuario, los ponía sobre la cabeza del macho cabrío por Azazel. Cuando Cristo, en virtud de su propia sangre, quite del Santuario celestial los pecados de su pueblo al fin de su ministración, los pondrá sobre Satanás, quien, en la ejecución del juicio, debe cargar con el castigo final. El macho cabrío era enviado lejos a un lugar desierto, para no volver jamás a la congregación de Israel. Así también Satanás será desterrado para siempre de la presencia de Dios y de su pueblo, y será aniquilado en la destrucción final del pecado y los pecadores.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 461-475. {CES 97.3}
Preguntas para estudiar
1. ¿Qué lugar importante ocupa (Daniel 8:14) en la fe y la enseñanza adventista? (Pág. 86.) {CES 98.1}
2. ¿De qué manera muchos milleritas se apresuraron a explicar el chasco? (Pág. 86.) {CES 98.2}
3. Cuando los chasqueados adventistas -los que se aferraron a las evidencias de la conducción de Dios en su experiencia- no pudieron encontrar error en el cómputo de los períodos proféticos, ¿qué comenzaron a examinar? (Pág. 88.) {CES 98.3}
4. ¿Qué descubrimiento hicieron los creyentes con respecto a la identidad del Santuario? (Pág. 88.) {CES 98.4}
5. ¿Qué descubrieron acerca del Santuario del primer pacto? ¿Y del Santuario del nuevo pacto? (Págs. 88-90.) {CES 98.5}
6. ¿Qué Santuario había de ser purificado al fin de los 2.300 días? (Págs. 92, 93.) {CES 98.6}
7. ¿En qué consiste la purificación del Santuario celestial? ¿Por qué debe efectuarse antes de la segunda venida de Cristo? (Págs. 96-98.) {CES 98.7}
8. ¿Qué significa “remisión de pecados”? (Págs. 93, 94.) {CES 98.8}
9. Note el paralelismo que existe entre los servicios del Santuario del Antiguo Testamento y los del Santuario del cielo. (Págs. 96, 97.) {CES 98.9}
10. ¿Por qué medios los pecados del pecador arrepentido son transferidos al Santuario celestial? (Pág. 97.) {CES 98.10}
11. En vez de venir a esta Tierra, ¿qué hizo Cristo el 22 de octubre de 1844? (Pág. 97.) {CES 98.11}
12. ¿De qué manera se purifica el Santuario celestial del registro de los pecados? (Págs. 97, 98; ver también la pág. 40.){CES 98.12}
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