1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
2 Este era en el principio con Dios.
3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.(Juan 1:1-3)

EL VERBO

Verbo. Gr. lógos, “palabra”, o “exclamación”, “dicho”, “discurso”, “narración”, “relato”, “tratado”, con énfasis en la disposición sistemática y llena de significado de los pensamientos así expresados.

Aquí Juan emplea el término para designar a Cristo, quien vino para revelar el carácter, la mente y la voluntad del Padre, así como un discurso es la expresión de ideas. En la LXX lógos se usa por lo general tanto para la acción creadora (Sal. 33: 6; cf. Gén. 1: 3, 6, 9, etc.) como para la expresión de comunicación (Jer. 1: 4; Eze. 1: 3; Amós 3: 1) de la mente de Dios y de su voluntad. Sin duda, estas formas de emplear lógos en el AT estaban en la mente de Juan cuando escribió este pasaje. Dios ha expresado su voluntad divina y su propósito mediante la creación y mediante la revelación. Ahora (Juan 1: 14) lo ha hecho mediante la encarnación, que es su revelación suprema y perfecta (ver Material Suplementario EGW com. vers. 18).

En el vers. 18, Juan presenta su razón para hablar de Cristo como “el Verbo”: él vino para dar “a conocer” al Padre. La designación de Cristo mediante la palabra Lógos en el NT es empleada únicamente por Juan, en su Evangelio (cap. 1) y en 1 Juan 1: 1; Apoc. 19: 13. El término identifica a Cristo como la expresión encarnada de la voluntad del Padre de que todos los hombres sean salvos (1 Tim. 2: 4), como “el pensamiento de Dios hecho audible” (DTG 11).

El Verbo era Dios.

En griego, la ausencia del artículo definido delante de la palabra “Dios” hace que sea imposible traducir esta declaración como “Dios era el Verbo”. Traducirla así sería igualar a Dios con el Verbo, limitando así la Deidad exclusivamente al Verbo. Los dos términos “Verbo” y “Dios” no son enteramente intercambiables. Sería tan erróneo decir que “Dios era el Verbo” como decir que “el amor es Dios” (cf. 1 Juan 4: 16) o que “la carne fue hecha el Verbo” (cf. Juan 1: 14). Aunque aquí, en el vers. 1, a la palabra “Dios” le falta el artículo definido (lo cual en griego suele indicar que debe añadirse el artículo indefinido), sin embargo tiene un sentido definido.

La declaración no se puede traducir “el Verbo era un Dios”, como si el Verbo fuera un Dios entre muchos otros dioses. En griego, la ausencia del artículo con frecuencia hace resaltar una cualidad expresada por una palabra o inherente a ella. Por lo tanto, Juan quiere decir que el Verbo participaba de la esencia de la Deidad, que era divino en el sentido máximo y absoluto. De esa manera, en una breve declaración, Juan niega que el Verbo fuera un Dios, uno entre muchos, o el Dios, como si él solo fuera Dios.

En el prólogo (vers. 1-18) Juan declara el propósito que lo guiaba al escribir el Evangelio: a saber, presentar al hombre Jesús como a Dios encarnado (cf. 1 Juan 1: 1). Narrando un acontecimiento y después otro, y registrando discurso tras discurso, Juan va fielmente en pos de ese fin. En su conclusión, observa que su propósito al escribir era guiar a otros para que creyeran “que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo” pudieran tener “vida en su nombre” (Juan 20: 30-31).

En la introducción de su primera epístola, otra vez Juan se refiere a su experiencia personal con “el Verbo” (1 Juan 1: 1-3). Así también, las palabras iniciales del Apocalipsis declaran que éste es “la revelación de Jesucristo” (cap. 1: 1). Ver Fil. 2: 6-8; Col. 2: 9.

Cristo es eternamente Dios en el sentido supremo y absoluto del término . En cuanto a la ficción de que Jesús fue meramente un gran hombre y un buen hombre, ver Mat. 16: 16. Las evidencias de la deidad de Cristo son muchas e irrefutables. Se las puede resumir brevemente:

(1) La vida que vivió (Heb. 4: 15; 1 Ped. 2: 22),

(2) las palabras que habló (Juan 7: 46; 14: 10; cf. Mat. 7: 29),

(3) los milagros que realizó (Juan 5: 20; 14: 11),

(4) las profecías que se cumplieron en él (Luc. 24: 26-27, 44; Juan 5: 39; DTG 740). Ver DTG 372-373.

(Comentario bíblico adventista )

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