No hay lugar para la jactancia | Reavivamientos Modernos


Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia, manifestarán un espíritu de humildad. Como Moisés, contemplaron la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios infinito.{RM 16.1}

El profeta Daniel fue ejemplo de verdadera santificación. Llenó su larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hombre “muy amado” (Daniel 10:11, VM) en el cielo. Sin embargo, en lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios se identificó con Dios en favor de su pueblo: “¡No derramamos nuestros ruegos ante tu rostro a causa de nuestras justicias, sino a causa de tus grandes compasiones!” “Hemos pecado, hemos obrado impíamente”. El declara: “Yo estaba… hablando, y orando, y confesando mi pecado, y el pecado de mi pueblo”… Daniel 9:18, 15, 20.{RM 16.2}

Cuando Job oyó la voz del Señor de entre el torbellino, exclamó: “Me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y la ceniza”. Job 42:6. Cuando Isaías contempló la gloria del Señor, y oyó a los querubines que clamaban: “¡Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos!” dijo abrumado: “¡Ay de mí, pues soy perdido!” Isaías 6:3, 5 (VM). Después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no le es dado al hombre expresar, San Pablo habló de sí mismo como del “más pequeño de todos los santos” 2 Corintios 12:2-4Efesios 3:8. Y el amado Juan, el que había descansado en el pecho de Jesús y contemplado su gloria, fue el que cayó como muerto a los pies del ángel. Apocalipsis 1:17.{RM 16.3}

No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pretensiones de estar libre de pecado, por parte de aquellos que andan a la sombra de la cruz del Calvario. Harta cuenta se dan de que fueron sus pecados los que causaron la agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón; y este pensamiento les inspira profunda humildad. Los que viven más cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y culpabilidad de la humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. {RM 16.4}

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