La séptima plaga y la resurrección especial
Síguese un gran terremoto, “cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra”. Apocalipsis 16:18. El firmamento parece abrirse y cerrarse. La gloria del trono de Dios parece cruzar la atmósfera. Los montes son movidos como una caña al soplo del viento, y las rocas quebrantadas se aparecen por todos lados […]. Toda la tierra se alborota e hincha como las olas del mar. Su superficie se raja. Sus mismos fundamentos parecen ceder. Se hunden cordilleras. Desaparecen islas habitadas. Los puertos marítimos que se volvieron como Sodoma por su corrupción, son tragados por las enfurecidas olas […]. Granizo grande, cada uno “como del peso de un talento” (vers. 21), hace su obra de destrucción. {EUD 229.1}
Los sepulcros se abren, y “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Daniel 12:2. Todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel, salen glorificados de la tumba, para oír el pacto de paz que Dios hace con los que guardaron su ley. “Los que le traspasaron” (Apocalipsis 1:7), los que se mofaron y se rieron de la agonía de Cristo y los enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarle en su gloria para ver el honor con que serán recompensados los fieles y obedientes.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 694-695 (1911). {EUD 229.2}
Dios anuncia el tiempo de la venida de Cristo
Sobrevinieron sombrías y densas nubes que se entrechocaban unas con otras. La atmósfera se partió, arrollándose hacia atrás, y entonces pudimos ver en Orión un espacio abierto de donde salió la voz de Dios.—Primeros Escritos, 41 (1851). {EUD 230.1}
Pronto oímos la voz de Dios,1 semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto.—Primeros Escritos, 15 (1851). {EUD 230.2}
Al declarar Dios el día y la hora de la venida de Jesús y conferir el sempiterno pacto a su pueblo, pronunciaba una frase y se detenía mientras las palabras de la frase retumbaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con la mirada fija en lo alto, escuchando las palabras según iban saliendo de los labios de Jehová y retumbaban por toda la tierra con el estruendo de horrísonos truenos. Era un espectáculo pavorosamente solemne. Al final de cada frase los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Estaban sus semblantes iluminados por la gloria de Dios, y refulgían como el rostro de Moisés al bajar del Sinaí. Los malvados no podían mirarlos porque los ofuscaba el resplandor. Y cuando Dios derramó la sempiterna bendición sobre quienes le habían honrado santificando el sábado, resonó un potente grito de victoria sobre la bestia y su imagen.—Primeros Escritos, 285-286 (1858). {EUD 230.3}
No tengo el menor conocimiento en cuanto el tiempo mencionado por la voz de Dios. Oí cuando proclamaba la hora, pero no tuve el recuerdo de esa hora después que salí de la visión. Escenas tan emocionantes y de un interés tan solemne pasaron ante mí, que ningún lenguaje puede describir. Todo fue una realidad viviente para mí, pues directamente relacionada con esta escena apareció la gran nube blanca sobre la cual estaba sentado el Hijo del hombre.—Mensajes Selectos 1:86 (1888). {EUD 231.1}
El terror de los perdidos
Cuando la tierra se bambolee como un ebrio, cuando los cielos se estremezcan y venga el gran día del Señor, ¿quién podrá estar firme? Una cosa verán temblando de agonía, de la cual procurarán escapar en vano. “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá”. Apocalipsis 1:7. Los que no están salvos pronuncian desesperadas imprecaciones a la naturaleza muda, su dios: “Montes y […] peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono”. Apocalipsis 6:16.—A Fin de Conocerle, 358 (1896). {EUD 231.2}
Cuando la voz de Dios ponga fin al cautiverio de su pueblo, será terrible el despertar para los que lo hayan perdido todo en la gran lucha de la vida […]. La ganancia de una vida entera les es arrebatada en un momento. Los ricos lamentan la destrucción de sus soberbias casas, la dispersión de su oro y de su plata […]. Los impíos están llenos de pesar, no por su indiferencia pecaminosa para con Dios y sus semejantes, sino porque Dios haya vencido. Lamentan el resultado obtenido; pero no se arrepienten de su maldad.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 711-712 (1911). {EUD 231.3}
Jesús desciende en poder y gloria
Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo delhombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador […]. {EUD 231.4}
Con cantos celestiales los santos ángeles, en inmensa e innumerable muchedumbre, le acompañan en el descenso. El firmamento parece lleno de formas radiantes—“millones de millones, y millares de millares”. Ninguna pluma humana puede describir la escena, ni mente mortal alguna es capaz de concebir su esplendor […]. {EUD 232.1}
El Rey de reyes desciende en la nube, envuelto en llamas de fuego. El cielo se recoge como un libro que se enrolla, la tierra tiembla ante su presencia, y todo monte y toda isla se mueven de sus lugares.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 698-699 (1911). {EUD 232.2}
La reacción de los que lo traspasaron
Aquellos que jugaron el papel más prominente en el rechazo y la crucifixión de Cristo, resucitan para verlo como él es, y los que rechazaron a Cristo se levantan y ven a los santos glorificados; es en ese momento cuando los santos son transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, y son arrebatados para encontrar a su Señor en el aire. Aquellos que le colocaron el manto púrpura y pusieron sobre sus sienes la corona de espinas, y los que traspasaron con clavos sus manos y sus pies, lo contemplan y se lamentan.—Manuscript Releases 9:252 (1886). {EUD 232.3}
Recuerdan cómo fue menospreciado su amor y se abusó de su compasión. Piensan en cómo Barrabás, un asesino y ladrón, fue escogido en su lugar; cómo Jesús fue coronado con espinas, flagelado y crucificado; cómo, en las horas de su agonía en la cruz, los sacerdotes y gobernantes se burlaban de él, diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar […]. Descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos”. Todos los insultos y afrentas dirigidos contra Cristo, todo el sufrimiento causado a sus discípulos, estarán tan frescos en su memoria como cuando los actos satánicos fueron llevados a cabo. {EUD 232.4}
La voz que oyeron tan a menudo para suplicar y persuadir, sonará nuevamente en sus oídos. Cada tono de bondadoso ruego vibrará tan claramente en sus oídos como cuando el Salvador hablaba en las sinagogas y en la calle. Entonces aquellos que lo traspasaron clamarán a las rocas y a las montañas que caigan sobre ellos y los oculten del rostro de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero.—Carta 131, 1900. {EUD 233.1}
“¡despertaos, los que dormís, y levantaos!”
Las nubes comienzan a plegarse como un rollo y allí está la señal brillante y clara del Hijo del hombre. Los hijos de Dios saben lo que esa nube significa. Se oye el sonido de música, y cuando se acerca, se abren las tumbas y los muertos son levantados.—Manuscript Releases 9:251-252 (1886). {EUD 233.2}
“No os maravilléis de esto: porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”. Juan 5:28-29. Esta voz pronto resonará entre todos los muertos, y cada santo que duerme en Jesús se levantará y abandonará su prisión.—Manuscrito 137, 1897. {EUD 233.3}
Los preciosos muertos, desde Adán hasta el último santo que fallezca, oirán la voz del Hijo de Dios, y saldrán del sepulcro para tener vida inmortal.—El Deseado de Todas las Gentes, 558 (1898). {EUD 233.4}
Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpagos y el fragor de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los santos dormidos. Dirige una mirada a las tumbas de los justos, y levantando luego las manos al cielo, exclama: “¡Despertaos, despertaos, despertaos, los que dormís en el polvo, y levantaos!” Por toda la superficie de la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivirán. Y toda la tierra repercutirá bajo las pisadas de la multitud extraordinaria de todas la naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la prisión de la muerte sale revestida de gloria inmortal gritando: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” 1 Corintios 15:55. Y los justos vivos unen sus voces a las de los santos resucitados en prolongada y alegre aclamación de victoria.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 702 (1911). {EUD 233.5}
De las cuevas, escondrijos y calabozos
En las fortalezas de las montañas, en las cuevas y guaridas de la tierra, el Salvador revela su presencia y su gloria. {EUD 234.1}
Un poco más de tiempo, y el que ha de venir vendrá y no tardará. Sus ojos, como llama de fuego penetran en las prisiones bien custodiadas para buscar a los que están ocultos, porque sus nombres están escritos en el libro de vida del Cordero. Esos ojos del Salvador están por encima de nosotros, a nuestro alrededor, y ven toda dificultad, disciernen todo peligro, y no hay lugar donde no puedan penetrar, no hay aflicciones o sufrimientos de su pueblo que escapen a la simpatía de Cristo […].{EUD 234.2}
El hijo de Dios quedará aterrorizado ante la primera visión de la majestad de Jesús. Sentirá que no podrá vivir ante su sagrada presencia. Pero al igual que Juan, oye decir: “No temas”. Jesús colocó su mano derecha sobre Juan y lo levantó del suelo. Así también hará con sus hijos leales que confían en él.—A Fin de Conocerle, 362 (1886). {EUD 234.3}
Los herederos de Dios han venido de buhardillas, chozas, cárceles, cadalsos, montañas, desiertos, cuevas de la tierra, y de las cavernas del mar.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 708 (1911). {EUD 234.4}
De los profundos océanos, de las minas y montañas
Cuando Cristo venga para reunir consigo a los que han sido fieles, resonará la última trompeta y toda la tierra la oirá, desde las cumbres de las más altas montañas hasta las más bajas depresiones de las minas más profundas. Los muertos justos oirán el sonido de la última trompeta, y saldrán de sus tumbas para ser revestidos de inmortalidad y para encontrarse con su Señor.—Comentario Bíblico Adventista 7:921 (1904). {EUD 234.5}
Me explayo con placer en la resurrección de los justos, quienes saldrán de todas partes de la tierra, de las cavernas rocosas, de los calabozos, de las cuevas de la tierra, de la profundidad de las aguas. Nadie es pasado por alto. Todos oirán su voz. Se levantarán con triunfo y victoria.—Carta 113, 1886. {EUD 234.6}
¡Qué escena presentarán estas montañas y cerros [en Suiza] cuando Cristo, el Dador de la vida, llame a los muertos! Vendrán de las cavernas, de los calabozos, de los pozos profundos, donde sus cuerpos han sido enterrados.—Carta 97, 1886. {EUD 235.1}
En la loca lucha de sus propias desenfrenadas pasiones y debido al terrible derramamiento de la ira de Dios sin mezcla de piedad, caen los impíos habitantes de la tierra: sacerdotes, gobernantes y el pueblo en general, ricos y pobres, grandes y pequeños. “Y los muertos por Jehová en aquel día estarán tendidos de cabo a cabo de la tierra; no serán llorados, ni recogidos, ni enterrados”. Jeremías 25:33 (VM). {EUD 235.2}
A la venida de Cristo los impíos serán borrados de la superficie de la tierra, consumidos por el espíritu de su boca y destruidos por el resplandor de su gloria. Cristo lleva a su pueblo a la ciudad de Dios, y la tierra queda privada de sus habitantes.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 715 (1911). {EUD 235.3}
Para el pecado, dondequiera que se encuentre, “nuestro Dios es fuego consumido”. Hebreos 12:29. En todos los que se sometan a su poder, el Espíritu de Dios consumirá el pecado. Pero si los hombres se aferran al pecado, llegan a identificarse con él. Entonces la gloria de Dios, que destruye el pecado, debe destruirlos a ellos también.—El Deseado de Todas las Gentes, 82-83 (1898). {EUD 235.4}
La gloria de su rostro, que es vida para los justos, será fuego consumidor para los impíos.—El Deseado de Todas las Gentes, 552 (1898). {EUD 235.5}
La destrucción de los impíos es un acto de misericordia
¿Podrían acaso aquellos cuyos corazones están llenos de odio hacia Dios y a la verdad y a la santidad alternar con los ejércitos celestiales y unirse a sus cantos de alabanza? ¿Podrían soportar la gloria de Dios y del Cordero? No, no; años de prueba les fueron concedidos para que pudiesen formar caracteres para el cielo; pero nunca se acostumbraron a amar lo que es puro; nunca aprendieron el lenguaje del cielo, y ya es demasiado tarde. Una vida de rebelión contra Dios los ha inhabilitado para el cielo. La pureza, la santidad y la paz que reinan allí serían para ellos un tormento; la gloria de Dios, un fuego consumidor. Ansiarían huir de aquel santo lugar. Desearían que la destrucción los cubriese de la faz de Aquel que murió para redimirlos. La suerte de los malos queda determinada por la propia elección de ellos. Su exclusión del cielo es un acto de su propia voluntad y un acto de justicia y misericordia por parte de Dios.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 598 (1911). {EUD 235.6}
Los justos vivos son mudados “en un momento, en un abrir de ojo”. A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son hechos inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arrebatados para recibir a Cristo su Señor en los aires. Los ángeles “juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro”. Santos ángeles llevan niñitos a los brazos de sus madres. Amigos, a quienes la muerte tenía separados desde largo tiempo, se reúnen para no separarse más, y con cantos de alegría suben juntos a la ciudad de Dios.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 703 (1911). {EUD 236.1}
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio.—Primeros Escritos, 16 (1851). {EUD 236.2}
Cuando el carro ascendía, las ruedas exclamaba “¡Santo!” y las alas, al batir, gritaban: “¡Santo!” y la comitiva de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: ¡Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso!” Y lo santos en la nube cantaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!”—Primeros Escritos, 35 (1851). {EUD 236.3}
¡Oh, cuán glorioso será verle y recibir la bienvenida como sus redimidos! Largo tiempo hemos aguardado; pero nuestra esperanza no debe debilitarse. Si tan solo podemos ver al Rey en su hermosura, seremos bienaventurados para siempre. Me siento inducida a clamar con gran voz: “¡Vamos rumbo a la patria!”—Joyas de los Testimonios 3:257 (1904). {EUD 236.4}
Los ángeles cantan: ¡Cristo ha vencido!
En aquel día los redimidos resplandecerán en la gloria del Padre y del Hijo. Tocando sus arpas de oro, los ángeles darán la bienvenida al Rey y a los trofeos de su victoria: los que fueron lavados y emblanquecidos en la sangre del Cordero. Se elevará un canto de triunfo que llenará todo el cielo. Cristo habrá vencido. Entrará en los atrios celestiales acompañado por sus redimidos, testimonios de que su misión de sufrimiento y sacrificio no fue en vano.—Joyas de los Testimonios 3:432 (1909). {EUD 236.5}
Con amor inexpresable, Jesús admite a sus fieles “en el gozo de su Señor”. El Salvador se regocija al ver en el reino de gloria las almas que fueron salvadas por su agonía y humillación.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 705 (1911).{EUD 237.1}
Cristo contemplará entonces su recompensa en los resultados de su obra. En aquella gran multitud que no podrá ser contada por ningún hombre, presentada “irreprensible delante de la presencia de su gloria con gozo extremado”. Aquel cuya sangre nos ha redimido y cuya vida ha sido para nosotros una enseñanza, “verá el fruto del trabajo de su alma, y quedará satisfecho”.—La Educación, 298 (1903). {EUD 237.2}
Los santos reciben coronas y arpas
Vi después un gran número de ángeles que traían de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ella. A medida que Jesús pedía las coronas, los ángeles se las presentaban y con su propia diestra el amable Jesús las ponía en la cabeza de los santos.—Primeros Escritos, 288 (1858). {EUD 237.3}
En el mar de vidrio, los 144.000 formaban un cuadrado perfecto. Algunas coronas eran muy brillantes y estaban cuajadas de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos estaban perfectamente satisfechos con su corona.—Primeros Escritos, 16 (1851). {EUD 237.4}
La corona de vida será brillante u opaca, relucirá con muchas estrellas, o será iluminada con unas pocas gemas, de acuerdo con nuestro proceder.—Comentario Bíblico Adventista 6:1104 (1895). {EUD 237.5}
En el cielo no habrá ningún salvado con una corona sin estrellas. Si entráis allí, habrá algún alma en las cortes de gloria que ha entrado por vuestro intermedio.—The Signs of the Times, 6 de junio de 1892. {EUD 237.6}
Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey […]. Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria […]. A todos se les pone en la mano la palma de la victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas, produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes […]. Delante de la multitud de los redimidos se encuentra la ciudad santa. Jesús abre ampliamente las puertas de perla, y entran por ellas las naciones que guardaron la verdad.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 703-704 (1911). {EUD 237.7}
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